Miguel Ángel Berna estrenó su último espectáculo en el Teatro Principal, una obra en la que Aragón y la Apulia se funden en un abrazo tan estrecho como productivo.
Francisco Javier Aguirre.
Las propuestas artísticas de Miguel Ángel Berna tienen una característica común: la precisión con la que ensambla culturas convergentes. Lo ha demostrado una vez más con su último espectáculo, ‘Cardía de llanto y de amor’, estrenado en el Teatro Principal el pasado fin de semana, en el que una región española, Aragón, y otra italiana, la Apulia, personificada en Salento, se funden en un abrazo tan estrecho como productivo. Porque el calor y la cordialidad que surgen de esta simbiosis cultural es de una altura más allá de cualquier dimensión.
Capitaneados por el creador, los miembros de esta compañía plural se manifiestan cada uno con su personalidad propia y al mismo tiempo consiguen enfundarse un mismo traje de elevada costura artística.
En el centro, como formando el eje de toda la construcción, el recitado de Brizio Montinaro, que va derramando en fragmentos ancestrales la historia de lo ocurrido.
Lejos de quedarse en la tradición, los artistas dan grandes pasos, desde la materia hasta el espíritu, lanzándose decididamente hacia lo alto para trascender el alcance ordinario de las danzas y los cantos, convertidos en mensaje de íntima comunicación visceral y emocional.
Cada uno de los miembros del conjunto desarrolla una labor exclusiva y al mismo tiempo envolvente. Hay algo de magia inexpresada, pero presente, en la ordenación de los números de Cardía. De las reminiscencias joteras y las derivaciones del canto de la tierra plana, que pervive en los Monegros, solo hay una distancia geográfica con el sentimiento expresado en el Lamento fúnebre de las plañideras apulianas que desgranó María Mazzotta, la tarantela napolitana y las danzas giróvagas ejecutadas de forma impresionante por Ziya Azazi. El juego de colores, de voces, de luces, de banderas (en clara alusión a los tradicionales sbandieratori repartidos por toda la península itálica) llena los espacios externos e internos de los espectadores.
Enmarcada entre tanta excelencia, una escena de difícil deglución para quien dé un paso adelante y establezca la relación: el momento en el que una de las capas negras de las que se despoja Azazi se transforma durante unos instantes en un fusil ciego para convertirse segundos después en una criatura indefensa. Cruda referencia, que añade ‘cardía’ a un espectáculo inolvidable.